Durante la pandemia, por primera vez en años, los maestros fueron enmarcados como héroes. Las redes sociales evidenciaban esto con imágenes enalteciendo las cualidades de los docentes abnegados a su profesión, que trabajaban hasta altas horas de la noche dedicando tiempo extra por la educación de los estudiantes, demostrando así su amor por la carrera y su indudable vocación. Sin embargo, esto sembró creencias erróneas respecto a lo que un "buen" docente hace. Consecuentemente, aquellos docentes que no respondían llamadas o contestaban mensajes después de sus horas laborales eran considerados como deficientes, al igual que aquellos que se rehusaban a desvelarse por elaborar materiales didácticos sacrificando el tiempo en familia o descanso.
Desde luego, hay que admirar a los profesionales de la educación que han sustituido horas de sueño y de ocio por su quehacer como docentes, especialmente durante la pandemia; no obstante, el problema cuando esta situación se prolonga es que crea una imagen distorsionada de la realidad, haciéndonos suponer que los buenos docentes cumplen con ciertas características y normas idealizadas, lo que nos empuja a cuestionar la legitimidad de lo que los maestros le exigimos al sistema educativo. Este fenómeno es llamado "gaslighting" (luz de gas), una forma de manipulación en la que alguien hace dudar a otra persona sobre sus propios juicios y criterios, aun cuando estos son válidos y razonables.
Como docentes, el gaslighting proviene de distintas personas, quienes, generalmente de forma inconsciente, minimizan nuestras demandas y sentir de la profesión. Son ejemplos claros de gaslighting cuando niegan su solicitud de tiempo dentro del horario para planificar argumentando que esto debe de realizarse fuera de la institución, ya que en la escuela se dan clases; cuando al pedir un mejor salario, le cuestionan su vocación; cuando se opone a responder mensajes del trabajo fuera del horario y recibe rostros de sorpresa acompañados de la pregunta "entonces, ¿para qué es maestro si no le gusta sacrificarse?"; cuando se niega a sacar de su bolsillo para material didáctico y ponen en duda su amor por la profesión; cuando otros maestros se jactan de trabajar hasta altas horas de la noche calificando y planificando por sus alumnos y dan por sentado que eso es lo que un docente debería de hacer.
Es importante recordarles a los trabajadores de la educación que está bien demandar salarios dignos que vayan acordes a la responsabilidad de ser docente, que está bien pedir mejores condiciones con los recursos necesarios para hacer bien nuestro trabajo, que está bien querer descansar un fin de semana sin ser interrumpido por padres o alumnos preguntando sobre una tarea, sin tener que calificar ni preparar clases. Alcanzar esto, sin embargo, requiere de un cambio en la cultura laboral docente, el cual puede ser alcanzado desde los administradores educativos, directores y subdirectores, generando condiciones para el autocuido y promoviendo con los estudiantes y comunidad el valor del trabajo que realizan los profesores en sus aulas. Similarmente, los hacedores de política pueden contribuir a la promoción del discurso sano docente asegurándose de proveer los recursos y prestaciones necesarias para el buen ejercicio de la profesión. Finalmente, los actores más importantes para el cambio cultural son los docentes mismos, quienes debemos colaborar para eliminar el discurso nocivo que domina nuestra profesión creando redes de apoyo y provocando conversaciones que contribuyan a ser más consciente de esta situación.